Ver las calles vacías de ciudades que hace pocas semanas estaban atestadas de tráfico, vivir varias semanas en contacto mínimo con el mundo exterior y tener constantemente una sensación de incertidumbre ha sido una experiencia irreal para millones de personas.
Esa sensación ha tenido otro resultado y es que ha levantado el velo de lo cotidiano y nos ha mostrado la complejidad y fragilidad del mundo en el que vivimos. Pero esta fragilidad y complejidad siempre han estado ahí. De hecho, expertos en el mundo empresarial como Bill George, senior fellow de la Escuela de negocios Harvard, denominan al mundo en que vivimos con las siglas VUCA (en inglés: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad). Es decir, el cambio impredecible no es algo excepcional. En el mundo contemporáneo, el cambio es la norma.
Desde hace varios años el planeta ha visto cambios sin precedentes como resultado de la Cuarta Revolución Industrial que, con gran velocidad, impacta las formas tradicionales de cómo pensamos, trabajamos, estudiamos, interactuamos y vivimos. El mundo no necesitaba de la llegada de una pandemia de estas proporciones para exigirnos una capacidad autocrítica que responda ante la incertidumbre.
Ante este panorama la educación tiene un rol fundamental. Pues es el espacio que permite un incesante cuestionamiento del mundo e invita a una innovación en constante movimiento. Pero, para que esto sea una realidad, ha de ser una educación en la que se conjuguen el fortalecimiento de habilidades humanas y el desarrollo de competencias tecnológicas.
En la actualidad, pocas metodologías ejemplifican y permiten esto como lo hace la educación virtual. Más allá de ser una clase a través de la pantalla, se trata de un nuevo paradigma en el que la innovación irrumpe y amplía los horizontes para afrontar los cambios que trae consigo la Cuarta Revolución Industrial y fenómenos tan impredecibles como lo es la propagación del COVID-19.
En primer lugar, la educación virtual ahorra costos y tiempo de desplazamiento; además da flexibilidad de tiempo, siendo así la opción perfecta para quienes trabajan y desarrollan proyectos de vida paralelos a sus estudios. Además, por su naturaleza, es una modalidad de estudio que refuerza un alto grado de responsabilidad, organización y autonomía, haciendo de los estudiantes personas más propositivas y enseñándoles a manejar herramientas digitales.
Además, con la virtualidad se garantiza que los estudiantes no se vean en la necesidad de abandonar sus municipios para desplazarse a las ciudades en búsqueda de una buena educación.La virtualidad combate la conocida ‘fuga de cerebros’ y permite a las personas en los territorios rurales convertirse en transformadores de su entorno y en agentes de desarrollo para la comunidad.
El reto es enorme y como prueba de ello, Areandina ha trabajado durante más de diez años para consolidar un modelo virtual robusto que llega al 85% del territorio nacional y tiene una permanencia del 90%. Al fin y al cabo, se trata de la promoción de toda una cultura de la virtualidad que se vive transversalmente en todas las áreas de la institución y que representa un esfuerzo consciente e importante de nuestro trabajo.
Si no continuamos fortaleciendo la virtualidad en el país, no solo corremos el riesgo de que fenómenos como el Coronavirus —que con la globalización serán cada vez más frecuentes— puedan afectar los procesos de aprendizaje de millones de estudiantes otra vez, sino que también estaríamos desaprovechando la oportunidad que nos da la tecnología para ser adaptables al cambio y así construir un futuro más próspero y equitativo.