Civilización a la deriva, ¿universidades a la deriva?: Felipe Cárdenas

Mayo/23 Este mes, Felipe Cárdenas- Támara, Director del Observatorio-Red Iberoamericano de sociopolítica, cultura y ambiente, parte del (mal) ejemplo la pelea entre el Presidente de la República y el Fiscal General y cómo esto contraría el carácter formativo del Estado y cómo las competencias que Mineducación busca evaluar no incluyen la prudencia y la virtud.

Los recientes escándalos políticos en Colombia donde el presidente de la República manifiesta su descarada ignorancia sobre los límites que tiene el jefe de Estado en Colombia en relación con la división de poderes del Estado y donde un fiscal responde como si estuviera en una gallera llena de borrachos e intoxicados, evidencian la deriva patológica de las ideologías de izquierda y derecha en un país como Colombia.

Hablando del presidente, el señor Gustavo Petro y del Fiscal General de la Nación, el señor Francisco Barbosa, quienes ostentan y representan fundamentales dignidades en el ejercicio de la autoridad política y judicial de Colombia, uno se pregunta por el papel de la universidad en su sentido formativo incluso más allá de las llamadas competencias ciudadanas.

Llama la atención que, en el lapso de unos 20 años, los documentos del Ministerio de Educación Nacional de Colombia (MEN), hablen insistentemente sobre el concepto de competencias y no exista de hecho en ninguno de los documentos sobre competencias ciudadanas referencia alguna a la noción de virtud o de prudencia.

Es en serio; si aplicamos elementos de lingüística cuantitativa a la lectura e interpretación de todos los documentos sobre competencias ciudadanas emanadas del MEN desde el año 2004 hasta la fecha, no existe ni el concepto ni la palabra de virtud o de prudencia. Las Pruebas Saber en Colombia, aplicadas por el ICFES, evalúan todo menos la prudencia y la virtud. En una educación personalizada o centrada en la persona (Víctor García Hoz, Edith Stein), sería impensable una educación sin frases o argumentos sustantivos que hablen de prudencia o de virtud. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Me parece que tenemos que re-pensar y evaluar la educación que se brinda desde los colegios hasta las universidades y situarla en un contexto de deriva civilizatoria de occidente, cuya historia actual esta marcada por la ideologización de la universidad y del sistema educativo, ya sea desde el horizonte de la universidad neoliberal o desde el horizonte de la universidad contaminada de marxismo cultural o incluso de la violencia física y directa del marxismo histórico.

El discurso educativo y sus prácticas sociales están dominados por discursos interpretativos de izquierda y derecha, en expresiones simbólicas denotadamente violentas y cuyo trasfondo implica efectos de adoctrinamiento acrítico e irreflexivos por parte de importantes sectores del mundo y de las élites educativas que controlan la gestión directiva en los sistemas educativos. El show que presenciamos los colombianos entre el presidente Petro y el fiscal Barbosa es un fiel reflejo de la ideologización ramplona y violenta desatada desde el performance de un señor que no entiende los límites de su rol como presidente, y de un fiscal, que en su imprudencia se inhabilitó ingenuamente para asumir las funciones de control judicial y fiscal frente a temas afines al desempeño del presidente y la familia de este en Colombia.

Tenemos que comprender que el “performance” en mención está denotando y connotando de manera profunda la crisis del aparato institucional estatal en Colombia. La estructura del debate político en Colombia no tiene claros los fines del llamado Estado Social de Derecho. Somos hijos de una sociedad de bien-estar, que pretende señalarnos que el fin ultimo de la existencia humana es el bienestar. Ese es el común denominador de los discursos interpretativos del progresismo marxista y del discurso neoliberal. Y esto explica que, en el discurso interpretativo de la educación en Colombia, impulsado por el MEN, categorías axiológicas, gnoseológicas y metafísicas como la de prudencia, virtud, respeto… estén completamente ausentes en las directrices que ha fijado el MEN en los últimos 20 años y todo esto ha sido realizado paradójicamente  en el seno de gobiernos neoliberales, que en el fondo comulgan con la erosión de principios trascendentes con las posturas marxistas y los agenciamientos neo-marxistas. En otras palabras, la educación estatista en Colombia no tiene referencias claras de orden moral y ético en la formación del ciudadano. Los propósitos y objetivos educativos, en el marco de la deriva civilizatoria de occidente, cuyo globalismo permea a una sociedad colombiana, especialmente a sus élites, que poco conocimiento tienen de las raíces civilizatorias de occidentes y que pueden pensar que occidente nació con la revolución francesa y en lo educativo con el politécnico francés; ignorando de tal forma, toda referencia a la educación sapiencial de orden patrístico, greco-romana, como semita, en metáforas muy ricas que nos invitaban a pensar el mundo desde dimensiones de compromiso social en dimensiones triádicas. Profundizar en esta idea fundacional y carismática nos hubiera evitado derramar tanta sangre en América Latina en los últimos 60 años, incluida la de tanto cura confundido, que perdió su identidad carismática y sacramental por abrazar las ideologías de la violencia y la muerte.

El objeto de contestación o de debate al que nos referimos (Presidente versus Fiscal), en términos de una lectura del acontecer político es icónico de la crisis política de occidente: dos altos representantes del Estado colombiano no saben dialogar, contestar o debatir. Es un cuasi-debate sin argumentos de fondo, que pone de manifiesto la crisis intelectual que se vive no solo en Colombia sino en todo el mundo. No creo que ni los intelectuales de izquierda o derecha puedan saludar con fervor la expresión dialógica y los contenidos programáticos que están en la base del conflicto que se menciona.

Algo que olvidan los aludidos representantes del Estado colombiano en las dignidades que ostentan, es que el Estado en su base republicana tiene una intencionalidad educativa. Y la educación debe expresarse como ejemplo y testimonio, y el ejemplo y el testimonio de un presidente y de un fiscal, tiene connotaciones educativas y aspectos morales que modelan sin duda el comportamiento de los ciudadanos. Ahora, en la sociedad del bienestar, donde no existen límites morales ni éticos, lo que se impone es la voz del matoneo; el fin de la sociedad ya no es la vida buena sino el bienestar (la noción de vivir sabroso), y así medios y fines confluyen para que las voces de las máximas autoridades del Estado nos inviten a todos los ciudadanos a la máxima satisfacción de nuestros gustos, deseos y a la imposición siempre de nuestra voluntad sin claras referencias a un debate argumentado que trascienda las verdades de la sociedad del consumo y la opulencia.  Nuestros tiempos educativos no construyen formas ni contenidos argumentativos. Ya no importa el refinamiento argumentativo, se imponen las voces de la manipulación, auspiciando el linchamiento mediático del otro y haciéndole juego al papel de des-información que manejan los medios de comunicación siempre interesados en vivir del rating y del escándalo en referencia al linchamiento y la violencia.

Volviendo al papel de la universidad. En el fondo, la deriva civilizatoria que experimentamos, tiene que ver con la inoperancia real y práctica de categorías como las de “verdad”, “verdadero” y “falso” en la vida universitaria. Todo se viene arropando en nuestras universidades de competencias, innovación como sinónimo de mejor (lo cual es falso), relevancia versus trascendencia, educación Stem versus educación humanista. Las universidades se han convertido en empresas de marketing incapaces de plantearle al Estado y a los valores de la cultura de la muerte, alternativas auténticas, veraces y contundentes en su capacidad de proporcionarle a las nuevas generaciones de caminos atractivos ante el discurso reduccionista del bienestar, y a lo sumo frente a las imposiciones metódicas centradas simplemente en el diseño de instrumentos de recolección de datos, sin mediación de lecturas existenciales en la vida de nuestros estudiantes. Nos estamos llenando de muy eruditos doctores en Colombia, pero muchos de ellos tan pobres como personas.

Algunas verdades para comprender el show mediático y el performance de la clase política y dirigente del país en el contexto de la sociedad del bienestar y que finalmente ha sido construida en parte desde los campus universitarios:

1) Ha muerto la filosofía educativa ante el avasallamiento del discurso psicologísta conductista en la educación. Estamos experimentando con toda la fuerza el mito del progreso y la evolución como fuerzas culturales que comparten tanto los ideólogos de izquierda o derecha y que se traduce en la formación ideológica de ciudadanos politizados, radicalizados e incapaces de moderar sus contestaciones frente al oponente, condición ya mencionada como operativa y que tiene como común denominador a la sociedad del bienestar.

2) La ciencia como modelo absoluto de orden institucional, tiene una seria implicación como limitación: las instituciones educativas olvidan su función formativa, cuyos argumentos de fondo no se pueden referir exclusivamente a la formación del estudiantado en categorías científicas por importantes que sean, ya que hay dominios de la realidad, como por ejemplo la prudencia, la paciencia y el respeto que no tienen ninguna cabida en el universo semiótico de la ciencia positivista.

3) La imagen del hombre y de la sociedad, no se agotan en los contenidos del Estado. Por lo tanto, el Príncipe, el mandatario, el juez o el gobernante, tienen límites en su accionar que incluso superan sus funciones de representación política, y es por ello qué en nuestra Constitución, en su Preámbulo se invoca la …”Protección de Dios”…partícula simbólica, que incluso a pesar de su condición residual, señala los límites de la omnipotencia del Estado laico en su referencia hacia las instituciones naturales de la sociedad: familia, estructuras de co-trascendencia y co-residencia, realidad que no viene siendo respetada ante el crecimiento desmedido de un estatismo educativo cuyo efecto de control no es muy eficiente pero que tiene una carga tributaria cada vez mayor en la vida de los ciudadanos que se vienen adoctrinando desde el más burdo de los asistencialismos estatales.

4) La situación descrita, en referencia a cómo dos altos funcionarios del Estado, uno en calidad de presidente, y otro en calidad de magistrado-no aforado y fiscal, tiene como conexión la falta de prudencia y conocimiento en el comportamiento de ambos representantes. Pareciera que ambos tienen derecho a mentir y a manipular, lo cual es un efecto de la sociedad del bienestar y de la consigna educativa, cuyo trasfondo formativo en todo el sistema educativo en Colombia, ha erosionado toda referencia al tema de las virtudes, por señalar únicamente una educación centrada en las competencias.

5) La oposición y crítica hacia los comportamientos descritos brevemente en este texto, señalan la reconsideración del papel de la universidad desde el horizonte de la educación sapiencial centrada en las virtudes de su alumnado. La crítica universitaria debe dirigirse a superar la dicotomía entre izquierda y derecha y focalizarse en el tema de la verdad como atributo de búsqueda, exploración y restauración en cualquiera que sea la universidad o institución educativa; esta condición debe ser transversal, incluso en aquellas instituciones, hoy casi todas, interesadas en servir y educar desde la educación para el trabajo.

Tenemos que comprender que la educación en todas sus fases nos exige la restauración y diálogo con nociones y conceptos como los de prudencia y virtud, tanto para los sectores de la sociedad que se dicen progresistas, como también para los sectores llamados liberales o conservadores.

El relativismo absoluto, que finalmente se tiene como valor supremo en ámbitos del diseño institucional colombiano en el orden estatal, explica el show mediático tanto del presidente como del fiscal, pero de manera más grave, en la promulgación de sentencias judiciales y orientaciones educativas que tienen la marca de la cultura de la muerte. Serían más sensatas, valientes y comprensibles, los descargos y reclamos del estamento político, -nunca se han dado con contundencia, así como fue la declaratoria exagerada y desmedida del fiscal- ante los excesos normativos en los que han incurrido algunas de las Cortes en Colombia en los últimos años, en lo que se ha llamado el totalitarismo de las Cortes Constitucionales en el mundo en lo referido a la promulgación de sentencias que afectan de manera grave la sacralidad de la vida del ser humano, donde ser engendrado como humano no tiene ninguna protección en Colombia.                              

No es conveniente, ni verdadero, ni formativo, que los máximos representantes de los poderes públicos en Colombia nos hagan creer que todas las soluciones a los problemas del país tienen su referencia en el mito del progreso, en la figura de caudillos o mesías y en la ausencia de una axiología de los valores y principios que están más allá de la religión del Estado o de los manuales catequéticos y adoctrinadores que nuestras instituciones educativas copian al pie de la letra y que vienen de las directrices de organismos internacionales interesados en imponer un sentido totalitario de la realidad, marginando el ejercicio de la libertad humana y la posibilidad de la auto-determinación de los pueblos.

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