Mayo/23 La rectora de la U. Nacional de Colombia, Dolly Montoya Castaño, en El Espectador, reitera la necesidad de que la cobertura se dé de forma responsable y de calidad, en una alusión indirecta al llamado que hizo ella con rectores de la U. de Antioquia, Valle y UIS.
Hoy, cuando hablamos en nuestra cotidianidad sobre el aumento de cobertura en educación superior, debemos repensar lo que pensamos sobre este tema, entendiendo los retos que tiene la situación educativa en nuestro país y teniendo en cuenta que la educación de calidad es, precisamente, el principal motor para las transformaciones sociales. No en vano, documentos como el recientemente aprobado Plan Nacional de Desarrollo y el documento CONPES 4069 de 2021 (Política Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2022-2031) abogan claramente por la necesidad de fortalecer la política pública en educación con calidad, para promover el acceso a la misma, el desarrollo territorial y la innovación social y tecnológica.
Si como sector educativo, en colaboración con el gobierno nacional, queremos acometer una profunda revolución educativa y científica, que sea fructífera para las comunidades y para el desarrollo de la nación, debemos apostar por un aumento de cobertura que sea responsable y con calidad.
La cobertura responsable y con calidad debe plantearse entendiendo a la educación no como una serie de etapas separadas entre sí, sino como un proceso de formación a lo largo de la vida. En todos los niveles de la pirámide educacional, desde la educación para la primera infancia hasta el nivel doctoral, debemos desarrollar una formación integral en la que los estudiantes se enamoren del conocimiento y del compromiso por la transformación social, y donde además adquieran las actitudes ciudadanas y las aptitudes cognitivas que les permitan conocer su entorno, analizar los problemas que les rodean y diseñar alternativas de solución que promuevan el bienestar comunitario.
Para cumplir con esta tarea, los maestros y maestras de todos los niveles de formación debemos ser capaces de investigar sobre el contexto y promover en los estudiantes esas mismas inquietudes investigativas. La labor de investigación es la llave para la creación de nuevo conocimiento que dé respuesta a esos problemas, que solo se conocen realmente a profundidad mediante la investigación.
La armonización de la investigación con la docencia y la extensión (las tres funciones misionales de las universidades) permite que las comunidades académicas puedan co-construir innovaciones científico-técnicas, conjuntamente con las comunidades, el sector productivo y el Estado, que solucionen las necesidades territoriales.
El cultivo de la alta calidad educativa (fruto de la formación integral de personas que sean profesionales idóneos y ciudadanos responsables) para toda la pirámide educativa requiere conocer los problemas estructurales del sistema y apostar a que, con este aumento de cobertura, logremos reversarlos. Debemos, por ejemplo, invertir la pirámide de la formación profesional: el grueso de la educación superior profesional se ubica exclusivamente en el nivel universitario. Siendo más concretos, el 64,1% de los estudiantes que cursan algún grado lo hacen en estudios universitarios (SNIES, 2022), pese a que son los tecnólogos y técnicos profesionales los tipos de formación más requeridos por el sector productivo (CONPES 3866 de 2016). Solo el 28,2% de los estudiantes cursan carreras técnicas y tecnológicas profesionales (SNIES, 2022). Esta situación refleja y reproduce una ruptura en la cadena de la educación, la ciencia, la tecnología, la innovación y el emprendimiento, que impide el arraigo del nuevo conocimiento y la innovación social y tecnológica en el territorio.
La educación de alto nivel debe irradiar a todo el sistema educativo. Debemos, en primera instancia, cualificar los procesos de formación doctoral que tenemos en el país. Son los doctores y doctoras quienes dirigen los procesos de investigación que generan nuevo conocimiento y quienes, por lo mismo, deben ser formadores de nuevas generaciones de profesionales, magísteres y, por supuesto, nuevos doctores que, a su vez, participen en la educación de niños, niñas, adolescentes y adultos de todas las edades y condiciones.
Como segundo punto, debemos fortalecer la formación en el nivel técnico y tecnológico. Contamos con las herramientas necesarias para dotar a ese tipo de programas de la formación integral de calidad para que, de una vez por todas, los técnicos y tecnólogos tomen mayor protagonismo reconociendo su impacto en el proceso de desarrollo productivo.
Finalmente necesitamos que esta formación de alta calidad se irrigue por todo el territorio nacional. En la Universidad Nacional de Colombia hemos llevado la formación integral de alta calidad a las regiones de menor cobertura con nuestras sedes de presencia nacional (Amazonia, Caribe, Orinoquia y Tumaco). Como gobierno nacional y Sistema Universitario Estatal debemos apostar decididamente por el fortalecimiento de nuestras capacidades en la periferia garantizando que se arraiguen en el territorio y que tengan un impacto positivo para el desarrollo comunitario.
Un aumento de cobertura, responsable y de calidad, será aquel que promueva la educación a lo largo de la vida, con profesores y procesos de formación de la más alta calidad que eduquen integralmente seres humanos conscientes de su entorno y que generen y gestionen nuevo conocimiento; personas integrales que promuevan el desarrollo territorial y la ruptura de las desigualdades mediante proyectos productivos que resuelvan necesidades del contexto y que brinden alternativas a las comunidades para la construcción de paz en cada uno de los territorios de nuestra nación.
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